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¿Cómo se supo que las sillas manteñas… eran sillas? PDF Imprimir E-mail
Escrito por Catherine Lara   
Domingo, 01 de Febrero de 2015 06:29

La pregunta puede parecer insólita hoy en día, pero a comienzos del siglo XX, existían diversas hipótesis sobre el origen y función de estos hitos de la cultura manteña. En 1906, Paul Rivet las resume en su Ethnographie Ancienne de l’Equateur, y explica cómo el hallazgo del presente figurín permitió a Marshall Saville resolver este enigma:

"No poseemos sino una sola de estas curiosas sillas de piedra1 de la provincia de Manabí, cuya existencia parece haber sido señalada por primera vez por Villavicencio (422, p. 489) y de la cual numerosos especímenes han sido publicados por Bamps (27, lámina I), por Wiener (435), por Hamy (152, lámina XXXII), por González Suárez (140, Atlas, lámina XXV, fig. 1), por Uhle (407, I, lámina XIV, fig. 17), y sobre todo por Saville (365, I, lámina IV-XXVII, II, lámina XXXII-XLI). Estas sillas se encuentran siempre en cimas de colinas, cerca al mar; se han encontrado unas cuantas en el Cerro de Hojas, el Cerro Jaboncillo, el Cerro Agua Nueva, el Cerro Jupa. Desde estas cimas, han sido en ocasiones trasladadas a las ciudades cercanas en calidad de curiosidades, lo cual explica que algunos viajeros las hayan visto en Guayaquil (27, p. 113), que el ejemplar del Museo de Dresde haya sido etiquetado como Manta, y que nuestro espécimen (lámina IX, fig. 9) haya sido encontrado por el soldado Lavie en el pueblito de Atravesado, en el transcurso de operaciones de nivelación de la misión del Ecuador. En su conjunto, entra en el tipo general: el animal que sostiene la silla propiamente dicha parece ser un puma. He aquí uno de los motivos decorativos más comúnmente utilizados por los artesanos indígenas. Sin embargo, esta silla difiere por un detalle en relación a la mayoría de aquellas que han sido publicadas: no presenta brazos -como en el caso de aquellas-, y la parte del asiento como tal es plana; a pesar de la rotura que presenta, es fácil caer en cuenta de su forma rectangular.

El uso de estos extraños objetos, nunca mencionados por los antiguos autores, fue un misterio absoluto hasta las bellas investigaciones de Saville. Eran comúnmente reconocidos como sillas. Sin embargo, González de la Rosa había planteado la idea según la cual se trataba de altares portátiles para sacrificios al sol y a la luna: "Razón por la cual, escribía, tienen la forma de una media luna que aplasta a sus enemigos o a los seres malévolos" (359, p. 90). En realidad, ésta era una mera hipótesis, y los trabajos de Saville han demostrado desde aquel entonces que la apelación de origen se justificaba plenamente. En efecto, el arqueólogo norteamericano encontró en el Cerro Jaboncillo (365, II, lámina LXXXVI-LXXXVIII) una serie de figurines de barro que representan individuos sentados en estas sillas. El estudio de estas interesantes piezas le permitió además determinar, en cierta medida, el papel que estos objetos podían haber tenido entre las antiguas poblaciones de la región. Algunos de estos personajes llevan un ave en una mano, y un tubo en la otra. Ahora bien: Cobo (79, IV, p. 135) y Molina (251, p. 13) reportan que cierta categoría de brujos, llamados calparicu, ejercían la adivinación al insuflar aire en los pulmones de aves sacrificadas. Saville supone con mucha razón que estas curiosas cerámicas deben representar una escena de brujería similar y que, por consiguiente, las sillas habrían sido accesorios rituales de ceremonias mágicas o religiosas (365, II, p. 206). De hecho, él ha podido constatar que originalmente, estas sillas eran ubicadas en círculo, en conexión con los bajo-relieves, las columnas y las figuras humanas y animales tan comunes en la región, en corrales, sin duda cubiertas por un techo sostenido por postes, que parecen haber sido santuarios familiares o lugares reservados al culto (365, II, p. 102). El uso de estos singulares objetos se halla luego justificado. Dos figurines más, encontrados en la misma región, en Cerro Jaboncillo y en los alrededores de Bahía de Caráquez (365, II, lámina XC, fig. 1, lámina CIV, fig. 5), demuestran por cierto el significado simbólico que las figuras animales de los zócalos de las sillas revestían para los Indígenas: ambas representan un individuo parado en la espalda de un cuadrúpedo representado en la misma posición que en las obras esculpidas. El carácter ritual de uno de estos objetos en particular es indudable y Saville declara que se trata seguramente de un incensario (365, II, p. 230).

En ninguna otra región americana2 se han encontrado sillas absolutamente idénticas a aquellas de Manabí, pero del estudio comparativo muy documentado hecho por Saville sobre objetos similares de madera y de piedra fabricados por una gran cantidad de tribus del Nuevo-Mundo, sobresale claramente que a pesar de su forma especial, los especímenes de la costa ecuatoriana no podrían ser separados de ellos (365, II, p. 103-123, lámina I-III).

Desconocemos a qué tribu se deba atribuir la fabricación de estas sillas, al igual que las esculturas tan características que se encuentran comúnmente a lo largo de la costa de Manabí. La hipótesis de Wiener (435), según la cual serían la obra de los Cañaris, de los cuales los Colorados serían los descendientes actuales, no se basa en ningún argumento serio y está por lo demás en oposición formal con los datos precisos que tenemos acerca del hábitat de estas dos tribus".

Última actualización el Jueves, 19 de Marzo de 2015 09:53
 


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